Desde uno de los costados de la plaza principal de El Cuyo, el oeste, la calle principal, la que antes siendo carretera ha cruzado partiendo la laguna en dos mitades hasta conducirnos a El Cuyo, se desciende hasta la playa.
Allí, como dando continuidad a dicha calle, se extiende el imponente muelle de pescadores de El Cuyo. A su inicio, justo antes de adentrarte en el muelle, la letras de El Cuyo te reciben con el muelle, la playa y el mar de fondo. En la mayoría de pueblos de la zona, las letras que conforman el nombre del pueblo se instalan en la plaza principal, pero aquí, dando importancia al muelle, a la playa y al mar, las letras de El Cuyo presiden la entrada al muelle. Allí los visitantes se tomaran la foto de rigor que acredite que ellos estuvieron aquí y tuvieron el privilegio de conocer El Cuyo y disfrutar de sus playas, su mar y su muelle.

Porque el muelle de El Cuyo, que parte la playa dejando una pequeña playita más recogida y con aguas más calmas, a su izquierda, en dirección al puerto de abrigo y otra prácticamente sin fin a su derecha, se ha levantado con el fin de otorgar un lugar de asueto y paseo tanto a los cuyenses como a los visitantes. Aunque, al final, en realidad, las verdaderas dueñas del muelle del El Cuyo son las aves marinas, que lo han tomado como su lugar de descanso entre vuelo y vuelo.
Y es que sobre el muelle, descansan gaviotas reidoras americanas, charranes reales, cormoranes orejones, que son los que normalmente se apropian de los puntos más altos y también alguna fragata tijereta, aunque estas normalmente, prefieren posarse sobre las farolas de luz del puerto de pescadores. Y en el agua, los pelícanos café flotan a la espera de disputar alguna pieza a los pescadores del muelle.


Compartiendo espacio con las aves marinas y los paseantes, cuando la mar es adecuada, una decena, si no más, de pescadores, pasan las tardes tirando la caña, unos, o el hilo, otros, a la espera de obtener una buena captura. A los peces les encanta nadar entre los pilones que sostienen el muelle y los pescadores, pacientemente, esperan que alguno se deje engañar por el cebo del anzuelo, muchas veces sardinillas pescadas antes con una echada elegante y rápida de la red atarraya que algunos pescadores traen para así proveerse del cebo en el mismo muelle.

Si hay suerte, un jurel, un sargo o una cojinuda negra acabará boqueando sobre el muelle. Si la suerte no acompaña se pescara otro tipo de pieza que, inmediatamente se devolverá al agua o se utilizará como cebo. En un buen día, incluso, puede pescarse alguna bacoreta, de la familia de los atunes.

Dicen que lo importante no es tanto pescar buenas piezas como echar la tarde en buena compañía. Y es que esa tranquilidad y confraternidad que se vislumbra sobre el muelle, entre los pescadores, entre estos y los paseantes y entre todos ellos y las aves marinas compartiendo espacio es la tranquilidad y confraternidad que los foráneos vienen a encontrar en El Cuyo.

Es el atardecer, durante la puesta de sol, cuando mejor se disfruta del muelle de pescadores, la brisa marina, el mecer de las olas y el sol tiñendo de naranjas primero y rojizos después las nubes del cielo. ¡Cuantos atardeceres se abran retratado desde ese muelle de pescadores! Recuerdos que después habrán viajado de vuelta a los hogares de todas las personas que vistan El Cuyo y su muelle de pescadores para que así, durante una tarde gris y fría, en un lugar lejano, volver a aflorar y ayudar al que fue nuestro visitante a sobrellevar el oscuro invierno.
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